IRRECONOCIBLE

Quiero llorar. ¿Quién soy? ¿Dónde me quede, y desde dónde me habita éste que desconozco? Deshumanizado, éste que soy, ¿Un artista no debería ser sensible, humanitario, solidario con los seres vivientes? ¿Para qué hago teatro comprometido? ¿No debería mi accionar cotidiano ser ejemplo de ese cambio que promueven mis palabras? ¿No debería ser coherente con mi discurso? ¿Entonces qué sentido tienen mis críticas? No puedo llorar, aunque lo deseo.
Ayer fui socorrista, y me dolió cómo una ley privatizó la salud, cómo por culpa de un tirano morían personas en las puertas de los hospitales. No hay memoria, juzgaba, nos manipulan los medios de información, sustento, el individualismo nos aniquilará, pensaba, pienso. ¿Pensaba? ¿Pienso? Ya no lo sé, y si lo sé, no actúo en relación a ello.
Me gusta caminar, más si es de noche; y durante el transcurrir pienso, medito, reflexiono; la última vez fue en relación a una obra de Danza que acababa de ver. A veces al caminar pasa mucho tiempo, y recorres grandes trayectos; esta vez terminé lejos de donde pudiese tomar transporte, lejos y en una zona bastante oscura y propicia para muchas cosas, en horas muy propicias para cometer delitos.
Recordar es como ubicarse en tercera persona, es desprenderse un poco de la situación ¿Será por eso que muchas veces nos creemos víctimas? Recordar a la vez es removerse la espina para sentir la herida, para verla sangrar de nuevo. Quiero llorar pero no puedo, no puedo porque mi ser sabe que con lágrimas no podré responder quién soy. Quien soy ahora, y porque disto tanto de ese que era, y que me gustaba ser.
Caminaba por la treinta, de norte a sur, próximo a la diecinueve, un sector poco seguro, creo, del otro costado un hombre que percibí cuando llego al separador de la avenida, no sé qué intención tenía, pensé que deseaba atracarme, quizá porque al verlo intentar cruzar la calle, observé que desviaba el ángulo de su dirección para terminar de cruzar  la avenida y quedar por delante de mí, aumenté el paso, y eso al parecer hizo que acelerará su necesidad de cruzar; eran cerca las diez de la noche, y quizá un poco más, el hombre cruzó y en el segundo o tercer carril, un auto lo arrolló, como si se tratara del intro de la película ANTICRISTO de Lars Von Trier; observé en cámara lenta como un hombre negro giraba extendido en el aire,  cual media luna, elevándose más de dos metros y luego cayendo sobre su costado.
El hombre estaba desubicado e intentaba ponerse de pie. Trastabillé, mi inercia imponía a mi cuerpo huir, alejarse de quién segundos atrás veía como una amenaza; mi yo anterior quería regresar a tomar el control. Es cierto, no tenía guantes, tampoco un cuello ortopédico, estaba solo; pero podía asegurar la zona, dar soporte vital mientras llegaba la ambulancia, llamar a la línea de emergencia; también es cierto, es una vía muy rápida y a esa hora los vehículos pasan a toda velocidad, intentar cruzar los dos carriles para socorrerlo y sin vestimenta reflectiva, era ponerme en riesgo; luego un miedo pendejo me invadió, quizá el mismo que sembró el pendejo que promovió la ley para privatizar la salud, pensé que si iba a ayudarlo, este ciudadano aprovecharía para atracarme. Una sospecha que nunca pude comprobar.

Caminé hasta la trece con veinticuatro, donde pude tomar transporte; preguntándome, por qué actué como actué ¿Me he deshumanizado? ¿Por qué ni siquiera tomé mi celular para dar aviso? Que triste, ya no soy yo. ¿He perdido una batalla frente a esos que pretenden dividirnos? Como duele cuando tu accionar premia y da créditos a esos que tanto criticas, no voy a llorar, pero necesito armarme de nuevo, de amor para mis conciudadanos, de ese espíritu comprometido con la humanidad, con la esperanza y con el deseo de colaborar y aportar. 

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