SILENCIOS





 
La vida, como la música, como el movimiento, necesita del silencio; el silencio no es dejar de existir, el silencio es lo que permite resignificar el sonido, darle valor, orden; detener el movimiento en una escucha permanente, consciente; no es dejar de hacer, por el contrario; es oxigenar la mente, el cuerpo, el movimiento, es procesar lo aprendido para ampliar las posibilidades al continuar el movimiento; se detienen los músculos, pero se activa la mente, el sistema nervioso; para que los músculos descansen y tomen nuevas fuerzas para realizar el movimiento más ordenado, más preciso, más contundente. La vida misma toma un silencio exterior, una pausa, una detención al dormir; pero el sueño no es la muerte, el sueño no es una perdida de tiempo; en el sueño el cuerpo no sólo descansa; en el sueño el cerebro procesa lo vivenciado durante el día, ordena los sentimientos y pensamientos que más peso nos dan, y usa el sueño para intentar descifrar en el inconsciente lo que podría liberarnos, busca llaves que reduzcan el peso de esas emociones o sentimientos, también por supuesto se apoya en esas experiencias positivas o en esos campos que consideramos estamos bien, para fortalecernos.

El ser humano cada día aprieta más su pie al acelerador, queriendo hacer más y más cosas, ingresó un germen o virus que nos dice que si no hacemos muchas cosas estamos perdiendo el tiempo, que entre más hagamos mejor; entonces ya no basta con trabajar 8 horas, debemos llevarnos trabajo a casa para sentirnos tranquilos, complacidos. Los niños no sólo deben estudiar 6 horas metidos en un aula, también debemos llenarlos de trabajos; agregarles horas complementarias en actividades pedagógicas; invertir nuestro “tiempo libre” en el computador y el celular; y así ese germen o virus nos fue separando de lo más valioso, de nuestro núcleo; de la familia, de jugar, de los amigos, etc.




Yo era uno de esos seres infectados de esa enfermedad (quizá aún lo soy); en la universidad metía electivas cuantas podía para cubrir los huecos libres; de esta manera llegué a tener 17 materias en un semestre; vivía corriendo por los pasillos (o caminatas a prisa), no tenía tiempo para saludar, preguntar a los otros cómo estaban o para darme una pausa. Mi afán de adquirir conocimiento, de mejorar, de cumplir metas, me estaba enloqueciendo; pero entonces la vida, los dioses, el universo o como quieran llamarle, me hizo detenerme, y tuve un toque divino, para ser más especifico fui mordido por un dios; fue Zeus el olímpico quien acudió a detenerme (Zeus se llama el Rottweiler que me mordió). Luego de ese accidente tuve que durar seis meses usando muletas y luego bastón; el dolor era tan fuerte que mi ritmo de marcha era muy lento, así que comencé a salirme de mi ego, de ese querer hacer más, de ese querer lograr más aprendizaje, más títulos, etc. Comencé a observar fuera de mí, a los otros (en sus aceleres, en sus angustias, en sus necesidades), entonces comencé a mejorar en mis estudios, todo era más fácil, más obvio, comencé a ver con una claridad lo que siempre había estado ahí, pero por mi acelere no lograba detallar; la pausa, el cambiar de ritmo, el detenerme me permitió descubrir lo que antes no veía, lo que siempre estaba para mí y era tan ciego para descubrirlo, era la dificultad de ver lo obvio que luego descubriría con el método Feldenkrais.

Ahora nuevamente la vida, el universo, los dioses o cómo desees llamarle (incluso grupos de poderosos con intereses particulares); han obligado a gran porcentaje de la población mundial a parar, a detenerse, a respirar, a volver a lo esencial; algunos detuvieron la marcha, se encerraron en casa con los suyos, y regresaron a lo esencial; otros siguieron como si nada estuviera pasando, otro grupo se mantuvo en casa pero su acelere siguió igual o se aceleró más; el trabajo o estudio se les incrementó, a pesar de tener a sus seres queridos junto a ellos todo el día, no tenían tiempo para compartir, en algunos casos sólo para compartir el almuerzo. La falsa promesa del triunfo y la angustiante idea del desempleo hacen que algunos dejen de lado conceptos como felicidad, compartir en familia, descanso; incluso que los vean como inconcebibles o inservibles.

Debemos darnos tiempos para compartir con otros y tiempos para compartir sólo con nosotros mismos; las obligaciones exteriores no pueden robarnos las necesidades propias. Las ARL (Aseguradoras de Riesgos Profesionales) buscan estrategias para evitar las enfermedades laborales, entre ellas las pausas activas, actividades pensadas para el bienestar del empleado, pero muchas veces el mismo empleado las evade, les saca el cuerpo no porque les moleste, no porque sean difíciles, complicadas o incómodas; evaden porque tienen muchas tareas, muchos compromisos y consideran que eso es más importante que dedicarse un momento para sí mismos.




¿Qué música es nuestra vida? Una sinfonía llena de muchos sonidos pero con silencios que le dan orden y majestuosidad, tal vez un vals con tranquilidad, fluidez y silencios, de pronto es un rock, fuerte, contundente, agresivo, pero con silencios significativos y refrescantes, un jazz lleno de improvisaciones que sorprende cada tantos pasos y de silencios que tranquilizan; cada vida lleva su ritmo, pero algunos omiten los silencios y en vez de música son ruido incoherente, incomprensible; algunos son más silencio que movimiento, o tienen silencios sin intención, silencios perdidos. Si todos pusieran silencios conscientes la vida no sólo produciría música majestual, danzaría con tal armonía, se escribiría en perfecto verso o prosa, se pintaría con armonía cromática, se actuaría con honestidad a la línea de pensamiento, al súper objetivo y al sentir.

Estos tiempos difíciles son una oportunidad valiosa para el silencio, para volver a nosotros, a nuestra cúpula, para enroscarnos, protegernos, ir a posición fetal y resguardarnos, para ser capullos encerrados en la escucha de nosotros mismos, la de conocernos, la de preguntarnos que es eso que queremos, la de mirarnos a lo más profundo de nuestro interior, y desde ahí reconstruirnos, repararnos, sanarnos, fortalecernos, proyectarnos, y salir del capullo como nuevos seres que privilegiamos lo que realmente importa y valoramos; para volver a vivir.



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